CUARTO PODER

Feb 14, 2021
  • Las vueltas que da la vida

Por Mario Ruiz Redondo

Aún recuerdo con mucho afecto y orgullo, mis tiempos de estudiante de Periodismo y Comunicación Colectiva, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Días aquellos de 1971, en el arranque de la licenciatura, precisamente en el año en que se reactivarían los grupos de izquierda, al ocurrir la represión y violencia extrema en contra de estudiantes cometidos por vándalos conocidos como “Los Halcones”, financiados y capacitados por el gobierno de la capital nacional.

Acuartelamiento en las distintas Facultades de la Ciudad Universitaria, al sur de la capital del país, donde habían encontrado refugio, los llamados “Comités de Lucha”, integrado por sobrevivientes de la masacre de la tarde-noche del 2 de octubre de 1968, en tanto otros la pasaban muy mal en celdas y mazmorras de castigo del “Palacio Negro de Lecumberri”.

Todas las tendencias del comunismo-socialismo ahí concentradas y en muchos casos radicalizadas hasta llegar a un peligroso fanatismo que ponía en riesgo a las comunidades de alojamiento.

Programas de estudios con un tronco común de las carreras de Ciencia Política, Administración Pública, Relaciones Internacionales, Sociología y Periodismo, en el que predominaban materias obligatorias de doctrinas relacionadas con el marxismo-leninismo y sus derivaciones, que abrían en las mentes de los estudiantes, una visión distinta planteada por el sistema capitalista en que México ha estado inmerso.

Epoca en que Andrés Manuel López Obrador, asistiría a partir de 1973, como alumno de la licenciatura en Ciencia Política, en el turno de la mañana y conocería al maestro Enrique González Pedrero, quien para entonces ya había sido director de la Facultad y que de 1982 a 1987, fuese gobernador de Tabasco y en 1988 ideólogo del Partido Revolucionario Institucional (PRI), durante la campaña proselitista de Carlos Salinas de Gortari por la Presidencia de la República.

No coincidí con Andrés Manuel en el campus universitario, en aquél espacio nuestro al que se conocía como la Zona Rosa de la UNAM, esencialmente por la presencia de jóvenes estudiantes muy hermosas, como Verónica Castro, que años después adquiriría fama nacional e internacional, como actriz de telenovelas y conductora de programas de espectáculos nocturnos de Televisa.

Me tocó en suerte conocerla, al tener el turno vespertino, no así López Obrador que iba por las mañanas a clases.

Tampoco traté al ahora Presidente de la República, cuando siendo mandatario González Pedrero, lo designó presidente del PRI estatal, mientras a mí me tocó la oportunidad de ser asesor de imagen de uno de los cerebros más brillantes del tricolor y en general de los politólogos del país, que siendo dirigente nacional de Partido de la Revolución Democrática, el político de Macuspana, lo invitara para convertirse en senador por el instituto político del Sol Azteca.

Caminos distintos de lucha personal, de apego a ideales de cambio, que en mi caso me llevaron a ingresar en octubre de 1974 al periódico El Universal, siendo director Juan Francisco Ealy Ortiz, en condiciones por demás desventajosa laboralmente, para la nueva generación de jóvenes comunicadores, que seríamos el parte aguas en el ejercicio del nuevo periodismo de investigación, que sacudiría el esquema rutinario implantado por veteranos y cansados reporteros, todos ellos de mucho prestigio, entre ellos quienes para llegar a San Angel, viajaban en la tercera década tercera del siglo XIX, en tranvía y luego hacían sus recorridos a caballo para obtener información.

Días difíciles en que encabecé un movimiento reivindicatorio, que me llevó a enfrentarme y polemizar en enero de 1976, con el secretario general del Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa, Luis Jordá Galeana, al cuestionarle su política de “convencimiento” para conservar su trabajo, que en algún momento utilizaría con una compañera reportera universitaria.

Para entonces cubría cada domingo, la suplencia de la fuente de Presidencia de la República, cuyo titular era el veterano periodista Jorge Avilés Randolph.

Fue una mañana de los primeros días de febrero, cuando el también experimentado reportero de la vieja guardia, Leopoldo Cano Contreras, líder de la Sección Uno de El Universal, a la que yo pertenecía, me invitaría a desayunar, para decirme que la empresa estaba dispuesta a otorgarme una plaza, pero que a cambio debía dejar de andar de “quisquilloso y alborotador”. Mi respuesta fue contundente, en cuanto a que si por lo menos nos concedían certeza laboral para el 30 por ciento de los nuevos comunicadores, estaba dispuesto a aceptar la propuesta, mientras acordábamos un mayor diálogo y continuidad.

Leopoldo Cano me advertiría que el ofrecimiento era para mí y nadie más, ante lo cual insistí en la necesidad de negociar, lo cual fue rechazado por el representante “sindical”.

Al día siguiente, al llegar a la redacción de El Universal, en la parte superior del número 8 de Bucareli, casi esquina con Reforma –el edificio era solamente de dos plantas, baja y alta-, me aguardaban dos guardaespaldas del director Juan Francisco Ealy Ortiz, quienes me indicaron que ya no trabajaba en el periódico y que por lo mismo no podía pasar a mi área de trabajo, donde se encontraba “mi líder seccional”, Leopoldo Cano Contreras, quien solamente me dijo: “Hazles caso, luego platicamos”.

Antes de retirarme, los “guaruras” del mando principal de “El Gran Diario de México”, me pidieron que pasara a la oficina Ariel Ramos, el “Maquiavelo” de Ealy Ortiz,  quien sin más, me solicitó le entregara la credencial que me acreditaba como reportero, a lo cual accedía, para luego ser acompañado hasta la calle por los dos agentes de la Policía Judicial comisionados para resguardar la seguridad de Juan  Francisco.

Ese mismo año, en septiembre de 1976, me incorporaría a las filas de EXCELSIOR, donde Regino Díaz Redondo me abriría las puertas para participar en el entonces “Periódico de la Vida Nacional”, líder indiscutible de los medios impresos de comunicación de Hispanoamérica.

Volvería a entrar en contacto con la ventana de la injusticia, ahora en el exterior, al entrar en 1977, contacto con el movimiento guerrillero más importante del último cuarto del siglo XXI, constituido por el Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua (FSLN), cuando mi contemporáneo Andrés Manuel López Obrador, estudiaba aún Ciencia Política en la pequeña Facultad, colindante con la zona de esparcimiento conocida como Las Islas, rodeada por Trabajo Socia, Economía, Derecho, Filosofía y más al poniente la imponente Biblioteca Central y el  estratégico edificio de la Rectoría.

Relación directa en las “montañas de Nicaragua”, con Humberto Ortega Saavedra, miembro de la Dirección Nacional del FSLN, en la primera entrevista que concedía al mejor periódico de habla hispana, al reiniciar hostilidades contra la dictadura del Presidente general Anastasio Somoza Debayle.

Durante dos años el ir y venir a Centroamérica, para dar seguimiento al avance de las fuerzas insurgentes, patrocinadas financieramente y con armamento por gobiernos distantes como Rusia, Coriea y Libia, y más cercanos, México y Venezuela, con apoyo bajo logístico para el abastecimiento de armas y municiones, de Cuba, Panamá, en complicidad con Costa Rica.

Llamada de la guerrilla al reportero, para dar a conocer las palabras cifradas: “La tía esté enferma. Viaja mañana a Tegucigalpa”. Arribo a la capital hondureña, donde el siguiente mensaje sería: “La tía se agravó. Desplázate a Costa Rica”. Y mientras volábamos muy temprano, en un avión de TACA a San José, el anuncio desde la cabina de pilotos de que en la Frontera de Peñas Blancas, se había iniciado la “Ofensiva Final” del FLN contra la dictadura somocista.

No tocamos hotel. Renté un vehículo y desde el aeropuerto internacional Juan Santamaría, nos dirigimos a los límites territoriales de ticos y nicas, donde pude conversar con los comandantes del Frente Sur del Frente Sandinista, que había dirigido exitosamente las acciones bélicas en contra de la Guardia Nacional de Anastasio Somoza.

Permanecimos un par de días más, hasta que mientras como parte del convoy de prensa internacional íbamos detrás de trailers que llevaban pertrechos militares, fuimos atacados por un avión T-33 de la Fuerza Aérea de Nicaragua, que nos obligó a buscar protección bajo los árboles ubicados a las orillas de la carretera.

Hacíamos labor de equipo con Ana Cristina Peláez, enviada del noticiero 24 Horas de Jacobo Zabludovky, el más importante de la televisión en el idioma español. Regresamos a San José y desde ahí le llamé telefónicamente a Luis Pallais Debayle, primero hermano del Presidente y líder del Congreso, a quien conocí en 1977, cuando por medio del embajador de México en Managua, Ricardo Galán, me invitaría a comer en el Club Naútico Xiloa, como desagravio por una foto y nota publicada por el diario Novedades, del cual era director, donde se me acusaba de distorsionar la realidad del país.

Por aquellos días se encontraba alojado, por cuestiones de seguridad, en el Hotel Intercontinental. Le solicité su mediación para entrevistar al general Somoza Debayle, quien vivía en su oficina bajo tierra, en su bunker de la capital nicaragüense. A los dos días, recibí la respuesta: “El gallo aceptó, Los espera. Vuelen de San José a San Salvador. Ahí tomará n el último vuelo de Lanica que vendrá a Managua”.

Y así fue, una semana antes de su derrocamiento, estábamos con el dictador, quien se encontraba sumamente nervioso, al grado que llegaría un momento en que le ordenaría a mi compañero fotógrafo Eduardo Zepeda, dejara de tomar fotos, porque le molestaba el ruido del motor de la cámara cada vez que la accionaba”.

La conversación con el Presidente, el último de la Dinastía que gobernó Nicaragua poco más de cuatro décadas, sería un éxito, al lograr la obtener la exclusiva mundial, que causaría reclamos de sus medios a los enviados extranjeros, sobre todo estadounidenses.

No pudimos ser testigos de la entrada triunfal de los guerrilleros del Frente Sandinista, al ser amenazados de muerte, por quienes nos consideraron aliados de la dictadura, por lo que abandonamos Mangua, con un salvoconducto de Luis Pallais Debayle, que aún conservo como trofeo de guerra.

Un años después estábamos en Cuba, cubriendo desde La Habana la salida de la disidencia cubana, que fue autorizada por Fidel Castro Ruz, para abandonar la isla por el puerto de Mariel, en número superior a los 200, cuyas pequeñas embarcaciones sirvieron al gobierno cubano para entorpecer los ejercicios navales militares de Estados Unidos en el Golfo de México, entre la península de Florida y el enclave comunista.

Durante un mes Marlise Simons y Jo Thomas, enviadas de The Washington Post y The New Yor Times, sufrieron los reclamos de sus centrales, pues la información difundida EXCELSIOR, era muy superior por la información exclusiva y confidencial, que a diario me proporcionaba el representante del Comité Central del Partido Comunista Cubano para América Latina.

Ahí me diría en algún momento que Cuba y Nicaragua estarían siempre en deuda con México por su solidaridad, lamentando que nunca podría ser un país de izquierda, porque antes tendría que serlo Estados Unidos y eso jamás ocurrirá.

Hoy, las vueltas que da la vida, cuando nuestro país vive situaciones de riesgo, que podrían tener desenlaces demasiado negativos, al no aceptar mi contemporáneo Presidente Andrés Manuel López Obrador, ver por la ventana de esa realidad que a todos nos preocupa.